Había una vez hace mucho tiempo y en un reino muy lejano un
rey y una reina que acababan de tener una hija. Para celebrar el nacimiento del
bebé, hicieron una gran fiesta, invitando a todos sus amigos y súbditos, ya
fueran de la alta nobleza o del no tan rico campesinado: reyes de los países
vecinos, gobernadores, duques… pero también a mercaderes, herreros, escribanos
y a muchos tipos de artesanos más.
Habían invitado incluso al hada Glinda, la
reina de los bosques y de las criaturas que los habitaban, así como a sus
súbditos. El día del festejo, todos acudieron felices al castillo de los reyes
para honrar a la princesa y ofrecerle sus presentes a la familia real. Los
escribanos le regalaban a la niña sus más bonitos cuentos infantiles, los
mercaderes la obsequiaban con reliquias traídas desde países muy lejanos, los
orfebres le daban sus joyas más bonitas, los nobles le ofrecían alguna parte de
sus tierras, y algún que otro osado rey intentó comprometerla con alguno de sus
hijos (ante lo que sus padres se negaron). Y ante todo ello la princesa, se
limitaba a sonreír, pues con sus dos meses de vida apenas alcanzaba a
comprender el motivo de semejante celebración.
Cuando todos los invitados le habían dado sus regalos al
bebé, Glinda se acercó a la cuna. Llevaba un vestido del color de las hojas de
los árboles, y su inmaculado pelo gris plata estaba recogido en un moño. Sobre
su cabeza reposaba una corona del oro más puro que representaba el mandato que
tenía sobre toda criatura que no fuera humana y que viviera en sus dominios. Se
decía que era inmortal, que había nacido al principio de los tiempos y que,
gracias a su magia, había conseguido preservarse del paso del tiempo, aunque no
había conseguido mantenerse joven. Sus arrugas, aunque no muchas, representaban
toda la sabiduría que esa mujer había conseguido a lo largo de los años, y sus
ojos grises, dejaban ver toda la bondad que la caracterizaba, propia de las
hadas. Dirigió al bebé una mirada llena de ternura y cariño, y con una sonrisa
que dejaba ver sus blanquísimos dientes, preguntó a los reyes, “¿Cómo se llama
la princesa?”, a lo que ellos respondieron “Violetta”. Glinda la estuvo
contemplando unos instantes, meditabunda,
hasta que al final dijo “He aquí mi regalo para la princesa. Violetta,
cuando seas mayor tu pelo será dorado como los rayos del sol, y podrá
transformar todo lo que toque en oro. Además, podrá curar cualquier tipo de
enfermedad o herida, mas para hacer que sus poderes funcionen necesitarás el
poder mágico de una canción, que yo te enseñaré. Para hacer honor a tu don, a
partir de hoy serás conocida como Violetta, la princesa de oro.”
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